16 de marzo de 2011

Rodanas en “Paisajes de mi vida”


“Al día siguiente, dos días antes de partir, los hijos del abuelo José, Antonio y Luis, y otra gente, me invitaron para ir de excursión al santuario de Nuestra Señora de Rodanas, patrona de Épila, que está situado en los montes del mismo nombre. “De la muy leal y fidelísima Villa de épila”, como dice su escudo de armas; su blasón compuesto por una pila de oro y sostenida por dos leones y adornada con la flores de lis. Fue ésta fundada por los celtíberos en años de humana redención. La llamaron Segincia en sus orígenes y también Épila; pero sin extenderme en datos históricos contaré lo que me aconteció.
Salimos temprano, dos automóviles y un camión; en ellos iban gran parte de los familiares del abuelo José y otras gentes. Muchas mujeres, más que hombre. Los kilómetros que anduvimos no los recuerdo, pero no fueron pocos. Después, todos a pie, iniciamos la ascensión de una o dos colinas no altas, pero sí extensas. Las mujeres llevaban cestas de sándwiches, salchichones rojos de cerdo picantes, muy comunes en toda España, la consabida tortilla de patatas, pan y vino; los hombres, nada; eso sí, nos acompañaban los dos guitarreros.

Mientras marchábamos, Antonio con toda seriedad y profunda fe (esto me lo decían sus ojos), me cuenta sobre lo que en estos casos siempre aconteció: la virgen que se le aparece al pastor, éste que baja de la montaña dando voces y jurando ante Dios haberla visto.

Luego, al descender al valle desde donde se divisaba el santuario, hicimos un alto para merendar. Todo era alegría y charla, y diré que desde hacía unos cuantos días una guapa aragonesa me daba su charla y sus bromas que por momentos me hacían pensar. Fue así, como de repente, y tras algunas indirectas, me grita: -¡Oye, argentino! ¡Bailaré y cantaré para ti!

Todos aplaudieron y algunas puyas de los hombres y mujeres llegaron hasta mí. No tuvo que pedir a los músicos que tocaran, ya éstos lo hacían y, pese al suelo rocoso y nada parejo, bailó con ímpetu y cantó con hermosa voz.

Al terminar, cuando todavía yo me sentía confundido y le agradecía con una sonrisa, me grita: -¡Aquí me tienes!, ¡Ya sabes… si enviudas o te divorcias!

Todos rieron, y nuevamente las puyas me azotaron y el abuelo José, siempre cerca, me mira a los ojos y con un guiño me dice: -Es viuda… y tiene tierras.

Así eran, no ocultaban sus deseos, todo parecían hacerlo y decirlo sin inhibiciones.

El santuario, me dijeron después, distaba catorce kilómetros de Épila. Estaba situado en un lugar agreste y solitario, rodeado de olivares, de tierras de labor, fuentes de purísima agua, hermoso refugio para descansar al amparo de la virgen, lejos de la vida enconada y agria de la moderna sociedad como alguien dijera. Yo asentí, no cabía duda, no sólo el santuario sino ese pueblo, Épila, era a mis ojos y gusto un refugio donde todavía el hombre podía contemplar y volar con la imaginación.

Yo que he sido siempre un callejero y que aún en plena ciudad, la mayoría de las veces, mi pensamiento anda por los alrededores en busca de algún motivo, no necesitaba que nadie me hiciera esta comparación; vivo como pintor, en permanente búsqueda de lugares que contemplar.

Era éste un lugar como aquellos que servían de retiro a los ermitaños y anacoretas de los primitivos tiempos.

Primero fue una ermita, luego la iglesia. Tenía tan sólo una nave rodeada de tribunas y el camarín de la virgen con una hermosa reja de bronce que la circundaba; el camarín adornado con vistosos colores, lámparas de plata; el retablo mayor tenía maderas primorosamente talladas y doradas; estatuas de santos y como ya viera en otras iglesias de España, que tanto me llamara la atención (y hasta hoy cuando lo pienso me parece ingenuo y cómico), una baldosa con una inscripción donde se leía: “Aquí dio con la cabeza Antón… que la virgen guarde su alma”.

La virgen estaba en un nicho cerrado por un cristal, Fue regalo del marqués de Camporreal don Fernando de Sada.

Además había una hospedería para muchas familias y una fábrica rústica de quesos.

Pero dos cosas atrajeron mi atención: un molejón manual de lo más sencillo que consistía en dos piedras en forma de quesos, la de abajo fija con estrías por donde salía ya el grano molido o la harina, y la de arriba móvil, con un palo fijo, que giraba; ésta la movía el sacerdote dando vueltas alrededor. Hacía muchos años que no se usaba y el desgaste donde las dos manos tomaban el palo era asombroso.

La otra cosa que me asombró fue una fuente de cobre hecha tan sólo de dos piezas y a martillo. La fuente propiamente dicha era una plancha de cobre que el martillo bolita había poco a poco estirado, dando ondulaciones en forma de valva marina. La otra pieza consistía en un niño con un cántaro del que salía agua. Tanto el niño como el cántaro, un trabajo aparentemente sencillo, pero que no lo era, por cuanto el volumen del cántaro y del niño también eran una sola pieza muy hermosa.

Regresamos tarde, de noche, pero con un día hermoso más vivido.”

Héctor O. Otegui
Extracto sobre Rodanas que comienza en la página 93 del libro "Paisajes de mi vida", escrito por Héctor O. Otegui (Buenos Aires, 1920), de la Editorial Universidad Nacional de Río Cuarto (Argentina, 2000). Tiene 205 páginas y puede comprarlo contactando con comunica@rec.unrc.edu.ar

Sobre el autor podemos leer en este enlace que “Don Héctor es un artista plástico riocuartense que llegó a exponer junto a grandes maestros de la pintura argentina y a retratar a nobles en España. Pero eligió dedicarse a enseñar pintura gratis a los chicos de su humilde barrio Alberdi, en Río Cuarto para sacarlos de la calle. Se ganó admiración por su obra artística, pero más le agradecen su generosidad y ocurrencias. Ha sido elegido ciudadano ilustre, ciudadano solidario, maestro del año. Y tiene colgado un zapallo en su taller "para recordar siempre que nadie es más que otro".

Ha recibido diversos homenajes y fue uno de los socios fundadores del centro Vasco Gure Ametza, ya que su padre, descendía de vascos.

Más sobre el autor en los siguientes enlaces:








































1 comentario:

  1. me mira a los ojos y con un guiño me dice: -Es viuda… y tiene tierras

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